“Es tu culpa, mamá”, me dijo mi hijo el otro día, después de quejarse de lo difícil que le resultaba su clase de honores de matemáticas. “Heredé tu gen de ser mala en matemáticas”.

Estaba bromeando, pero no del todo. Desde que mis hijos dejaron atrás la división y la multiplicación simples, cada vez que me hacen preguntas relacionadas a las matemáticas me angustio. Cuando alguno de ellos se acerca a mí con una hoja de matemáticas, me avergüenza admitir que experimento síntomas de lucha o huida. Siento mariposas en el estómago y una oleada de miedo; cuando me piden ayuda, incluso me pongo un poco enojada. Afortunadamente, su padre es bueno en matemáticas y generalmente puede ayudar.

Cuando se trata de otro tipo de tareas, soy perfectamente racional, ya sea que esté familiarizada con el tema o no. Cuando mis hijos tienen una pregunta difícil de ciencias o tienen problemas para conjugar un verbo en un idioma extranjero que no conozco, por ejemplo, trabajo con ellos para ayudarles a descubrir o encontrar la respuesta, y aprendo algo nuevo en el proceso. Con las matemáticas, tengo miedo de intentarlo siquiera.

Nunca me gustaron las matemáticas, pero fui una estudiante competente hasta la escuela secundaria. Luego, de repente, las matemáticas se volvieron mucho más difíciles. Tuve la misma maestra dos años seguidos. No era buena explicando los conceptos que estábamos estudiando; también era temperamental y aburrida. La ignoré bastante y luego no tenía idea de lo que estaba hablando. Empecé a tenerle miedo a las matemáticas y después de eso hice todo lo posible para evitarlas, lo cual fue fácil en la escuela secundaria alternativa y en la universidad a la que asistí, donde había pocos requisitos de matemáticas. Llené felizmente mi horario con clases de humanidades, filosofía y ciencias políticas en su lugar.

No es de extrañar que no me sienta cómoda con las matemáticas: no he usado la parte matemática de mi cerebro durante mucho tiempo. En retrospectiva, desearía haber actuado diferente. En lugar de huir cada vez que mis hijos me pedían ayuda con las matemáticas, desearía haberles dicho simplemente que mis habilidades matemáticas estaban oxidadas, o incluso debí tomar una o dos clases de matemáticas para sentirme más capaz. Me gustaría haberles mostrado más confianza y competencia a mis hijos. Porque ahora los tres dicen que tampoco les gustan las matemáticas.

El miedo a las matemáticas es contagioso

Los expertos en educación advierten a los padres que no les transmitan su ansiedad por las matemáticas a sus hijos; hay evidencia de que tanto los maestros como los padres pueden transmitirles sus miedos a los niños.

Desde que me enteré de estos hallazgos y otros similares, dejé de decirles a mis hijos que soy mala en matemáticas, así que cuando mi hijo se quejó del gen que le había transmitido, le dije que no era un gen de “ser malo en matemáticas”, sino un gen de “tenerle miedo a ser malo en matemáticas”.

Y es cierto: hay evidencia de que la confianza puede desempeñar un papel en el éxito en matemáticas. Un estudio reciente realizado por la psicóloga Sian L. Bielock en la University of Chicago descubrió que los estudiantes con mucha ansiedad por las matemáticas tienden a tener un desempeño menor en los exámenes de matemáticas que los estudiantes que no están ansiosos, pero también concluyó que algunos estudiantes ansiosos eran capaces de regular su ansiedad y desempeñarse bien a pesar de la ansiedad. (Para obtener más detalles, consulta aquí el estudio en sí y también un excelente blog sobre el tema).

Ahora tengo que hacer lo que esté en mis manos para ayudar a mis hijos a superar su miedo a las matemáticas (y mi mal ejemplo), y tengo mucho trabajo por hacer…