Era un típico día en la escuela secundaria Midway de Waco, Texas. Los pasillos estaban repletos con grupos de adolescentes ruidosos que se dirigían a clases.

Morgan Smith no era parte del alboroto. La chica de 15 años se encontraba en el baño, encorvada en un cubículo, enviando mensajes a sus padres de forma frenética, una y otra vez: “¡Por favor, por favor, por favor, tienen que venir a buscarme!”.

Morgan es brillante y elocuente. Nunca ha sido víctima de acoso y tiene muchos amigos. En ese caso, ¿por qué le aterra tanto la escuela? Para empezar, detesta el ruido y las aglomeraciones constantes.

Sin embargo, la reacción de Morgan hacia la escuela va más allá de gustos y preferencias: es una sensación de pánico total. “En cuanto llegaba a la escuela, comenzaba a preocuparme de sufrir un ataque de pánico y eso lo arruinaba todo”, recuerda la chica. “Me sentaba en clases y sentía como si algo terrible estuviese a punto de ocurrir si no me marchaba de allí. Estaba aterrada. Comenzaba a temblar y a entrar en pánico. Era la peor sensación que existe”.

El pánico causaba que Morgan fuese incapaz de concentrarse. “Llegaba a casa y no tenía idea sobre las tareas que debía realizar”, relata. “No recordaba una sola palabra que el maestro hubiese dicho en clase, pues estaba sumida en la preocupación”.

A muchos niños les desagrada la escuela, pero a Morgan le resultaba intolerable, todos y cada uno de los días. “En algunas ocasiones, era peor en las mañanas, en otras era peor en las tardes, y otros días resultaban terribles de principio a fin”, explica Morgan. “No hubo un día en la escuela donde sintiese que estaba bien. El miedo nunca se apartó de mi mente”.

Entendiendo el rechazo a la escuela

El problema de Morgan tiene nombre: se trata de una conducta conocida como “rechazo a la escuela”, y es mucho más común de lo que crees. De hecho, el rechazo a la escuela es uno de los problemas de conducta más comunes de la infancia, de acuerdo con Chris Kearney, quien dirige la Clínica de Rechazo a la Escuela y Trastornos de Ansiedad de la Universidad de Nevada, Las Vegas (enlace en inglés). Kearney estima que entre 8 a 10 por ciento de todos los niños que van a la escuela exhiben una conducta de rechazo a la misma en algún momento durante su trayecto escolar y faltan a clases como resultado.

El rechazo a la escuela es un síntoma de problemas mayores de ansiedad: ansiedad por separación, ansiedad social o ansiedad en general. En ocasiones, los niños que sufren de rechazo a la escuela experimentan síntomas físicos como dolores de cabeza o estómago, pero no todos los niños con rechazo a la escuela presentan afecciones físicas. Algunos niños hacen berrinches cada mañana antes de ir a la escuela, otros logran llegar a la escuela pero presentan dificultades para permanecer en el aula. Algunos niños se rehúsan a ir a la escuela tras una perturbación o crisis en el hogar (mudanza, divorcio, enfermedad o una muerte en la familia, por ejemplo) pero en muchos casos, la conducta de rechazo a la escuela no posee un detonante obvio.

Para algunas personas, el rechazo a la escuela podría sonar como un trastorno inventado, algo que una buena crianza podría solucionar con facilidad. Sin embargo, dicha conducta suele ser síntoma de una condición más seria, y limitarse a ejercer la autoridad y obligar al niño a ir a la escuela es probable que empeore el problema.

Por qué los niños le dicen no a la escuela

Puede resultar difícil saber el motivo por el que un niño desarrolla rechazo a la escuela. Las causas pueden ser psicológicas, sociales o relacionadas al desarrollo. De acuerdo a Kearney, la mayoría de casos surgen alrededor del comienzo de la escuela intermedia. “Los niños están atravesando la turbulencia de la pubertad y a la vez enfrentan mayores desafíos, tanto académicos como sociales”, afirma.

Sin embargo, los niños más pequeños también sienten rechazo hacia la escuela. De acuerdo con el consejero educativo James Dillon (enlace en inglés), un antiguo director de escuela primaria y autor de No Place for Bullying, la razón detrás del rechazo a la escuela en grados menores suele atribuirse al desarrollo. Algunos de sus estudiantes comenzaron a rechazar la escuela a partir de los 9 o 10 años. “Esa es la edad donde los niños comienzan a descubrir que sus padres tienen identidades individuales y que a las personas pueden ocurrirle cosas malas”, explica Dillon. “Algunos niños se sienten abrumados ante el miedo de que algo les suceda a sus padres mientras ellos están en la escuela. Entran en pánico, se aferran a sus padres y no quieren ir a la escuela”.

Dillon indica que la mayoría de los estudiantes que desarrollaron rechazo hacia la escuela no eran niños poco populares o emocionalmente frágiles. “Eran niños que tenían una experiencia escolar generalmente positiva”, afirma. “Sus padres decían: ‘¿Qué hicimos mal?’, pero el rechazo a la escuela no se debe a una sola causa. No se encuentra necesariamente vinculado al divorcio u otros problemas del hogar. Simplemente sucede, e intentar identificar una causa en específico no resulta particularmente productivo”.

Sin embargo, circunstancias externas en la escuela, en especial el acoso, también podrían servir de detonante del problema, y en tal caso, resulta esencial llegar al fondo del asunto. Dillon indica que para algunos preadolescentes y adolescentes, el rechazo a la escuela puede tratarse de una reacción racional frente a una situación intolerable. “Si un niño sufre de abuso o acoso por parte de sus compañeros todos los días (y dudo que los adultos entiendan cuán doloroso puede resultar esto), el mejor método que encuentra para protegerse es faltar a la escuela”.

Adolescentes sometidos a demasiado estrés

El psicólogo clínico y experto en crianza John Duffy (enlace en inglés) tiene su propia teoría sobre por qué tantos niños rechazan la escuela, fundamentándose en los numerosos estudiantes que recibe en su consulta terapéutica en un suburbio acaudalado de Chicago. Aunque ha ejercido en el área a lo largo de 15 años, ha observado un severo incremento de rechazo a la escuela durante los últimos cinco años.

“Las escuelas secundarias en esta área ejercen una gran presión”, afirma Duffy. “Lo que observo es un montón de adolescentes perfeccionistas que se sienten ansiosos ante la idea de fallar. Llevan sus estándares y a sí mismos hasta el límite. Algunos de estos chicos entran en una crisis emocional y se niegan a participar. Algunos niños asisten a la escuela pero no se esfuerzan mucho. Otros dejan de ir por completo”.

Uno de los pacientes de Duffy atribuye sus numerosas inasistencias escolares de los últimos años a una variedad de síntomas físicos (a pesar de que el doctor ha dado fe de su buen estado de salud).
“Está optando por no asistir”, explica Duffy. “Su escuela resulta muy desafiante y tiene hermanos mayores que han mostrado un desempeño académico excelente, y opino que está decidiendo no participar. No lo expresa, sino que insiste en que padece un problema físico que los doctores aún no han logrado diagnosticar, pero muchos de los niños que acuden a mi consulta actúan igual. Más de la mitad de las veces cuando trabajo con un adolescente diagnosticado con rechazo hacia la escuela, me dice: ‘La escuela es demasiado difícil, siento demasiada presión. No puedo hacerlo’”.

El rechazo a la escuela es tan solo una de las manifestaciones de ansiedad adolescente que Duffy observa en su consultorio. Otras incluyen depresión, abuso de drogas y trastornos alimenticios. “Estos niños emplean horas enteras en la realización de tareas cada noche, la preparación para la prueba ACT (una prueba estandarizada que mide las habilidades de un estudiante en cinco áreas principales: inglés, matemáticas, lectura, ciencias y escritura) comienza en el primer año de la secundaria, se espera que estén involucrados en muchos clubs y actividades, se preocupan por ingresar a la universidad y de encontrar trabajo después de terminarla”, explica Duffy. “El miedo y la ansiedad están dirigiendo nuestra crianza y ejercemos tanta presión sobre los niños que algunos de ellos comienzan a ceder ante ella”.

¿Qué funciona en este caso?

Independientemente de las circunstancias individuales, los expertos concuerdan en lo importante que resulta abordar el rechazo a la escuela con toda seriedad (y manejarlo de inmediato). “Mientras más tiempo se ausenta el niño de la escuela, más difícil resulta regresar”, afirma John Duffy. “Cuando pierdes el hábito por semanas enteras, resulta más difícil restablecerlo”.

Hay mucho en juego. Incluso los buenos estudiantes se encuentran propensos a reducir su desempeño académico si se ausentan demasiado de la escuela, arriesgándose a repetir el año o abandonar la escuela por completo. Además, si un niño sufre de un trastorno de ansiedad, resulta importante tratarlo de inmediato, de manera que el problema no empeore.

“Consideramos el rechazo a la escuela como una situación urgente”, indica Kearney. En lugar de abordar el asunto con el ritmo pausado de la terapia tradicional, Kearney afirma que sus terapeutas tratan el rechazo a la escuela como una crisis. “Nos reunimos con la familia de inmediato. Posteriormente, charlamos con el niño todos los días por teléfono y en ocasiones también con los padres”, explica.

El tratamiento del rechazo a la escuela resulta variado, dependiendo del niño en cuestión, pero generalmente incluye terapia cognitiva conductual para ayudar al niño a aprender a manejar la ansiedad. Kearney también trabaja con las familias para establecer rutinas, aumentar los incentivos para asistir a la escuela y minimizar los incentivos para permanecer en casa (por ejemplo, prohibir pasar tiempo frente a una pantalla durante los días de escuela). John Duffy afirma que si la ansiedad de un niño es tan grave que inhibe la terapia, suele recomendar que el niño sea evaluado para recibir medicación.

Cómo pueden ayudar (o hacer daño) las escuelas

Tanto Duffy como Kearney argumentan que el tratamiento efectivo requiere de la cooperación de los maestros y administradores de la escuela. Generalmente, el tratamiento incluye el incremento gradual del tiempo que el niño pasa en la escuela. Por ejemplo, el niño podría comenzar por permanecer en la escuela durante 10 minutos al día, luego asistir a una clase entera por día, y posteriormente aumentar muy despacio el tiempo en la escuela. De igual manera, resulta de ayuda si los administradores de la escuela imponen suspensiones por mala conducta que deban ser cumplidas dentro de la escuela, de manera que los niños no se porten mal con el propósito de que los envíen a casa. “El rechazo a la escuela es una forma de pedir a gritos una estructura sólida”, afirma Duffy. “Se establece una gran estructura cuando los adultos hablan entre ellos y dejan en claro que apoyan al niño y trabajan en equipo”.

Puede resultar problemático si los administradores escolares son demasiado estrictos (o demasiado indulgentes). Duffy trabajó con un adolescente cuya escuela era tan estricta y disciplinaria que la actitud del chico era: “De todas formas no aprobaré, ¿así que por qué molestarme en asistir?”. Sin embargo, en el caso del adolescente con las numerosas afecciones físicas, Duffy opina que su escuela podría ser demasiado complaciente. “Con la mejor intención del mundo, la escuela realizó una excepción para permitirle que se pusiese al día con los trabajos atrasados. Por lo tanto, no ha experimentado ninguna consecuencia real por rechazar la escuela”, indica.

Tanto Duffy como Kearney afirman que cuando los padres, médicos y funcionarios de la escuela trabajan en equipo para establecer estructura y consistencia para el niño, el tratamiento suele resultar efectivo.

En casos donde el niño rechaza la escuela por motivos de acoso u otras amenazas escolares, el evitar la escuela podría ser la respuesta más sana e inteligente ante una situación insostenible. Si existen señales de acoso, resulta fundamental asegurarte de que tu hijo esté a salvo. (Aprende más sobre qué hacer si tu hijo está siendo víctima de acoso).

Año nuevo, vida nueva

Para algunos niños, abandonar la escuela tradicional podría ser la mejor y única solución.

La primavera pasada, cuando se confirmó que Morgan Smith tendría que repetir noveno grado, su madre Kim y ella pensaron que se habían quedado sin opciones. Morgan estaba trabajando con un tutor, pero dicho método ejercía demasiada presión financiera sobre la familia. Cada vez que la madre mencionaba regresar a la escuela, Morgan rompía en llanto.

Entonces, Kim escuchó sobre una escuela particular subvencionada que tenía clases pequeñas y horarios flexibles. Llevó a Morgan a visitar la escuela durante el verano y parecía ser adecuada para ella. El director le dio la bienvenida a la adolescente y le aseguró que podría abandonar el aula de clases en cuanto se sintiese abrumada. Morgan tenía esperanza de lograr que las cosas funcionaran en la nueva escuela y ponerse al día con el trabajo que había perdido.

Sin embargo, en el segundo día de escuela, Morgan ya sabía que estaba en el lugar incorrecto. La mayoría de los estudiantes parecían tener problemas de disciplina. Era un grupo rudo y Morgan se sintió intimidada y fuera de lugar. Un chico se burló de ella por ser una “niña buena”. Cuando su madre fue a buscarla durante el segundo día de escuela, Morgan la esperaba al borde de la acera. “Al principio se hizo la fuerte, pues todos deseábamos fervientemente que las cosas funcionaran”, dijo su madre. “Pero ambas sabíamos que no iba a volver”.

Fue entonces cuando Kim escuchó sobre una cooperativa de educación en el hogar que le permitiría a Morgan seguir un plan de estudio prescrito a su propio ritmo. Hoy en día, Morgan acompaña a su madre diariamente al trabajo, en el salón de belleza donde dirige un negocio de bronceado en spray. En dicho lugar, Morgan realiza sus tareas escolares durante medio día, su madre revisa las asignaciones diarias y el maestro que organizó la cooperativa de educación en el hogar se asegura de que mantenga el rumbo. Morgan espera ponerse al día con el trabajo atrasado en el transcurso de unos meses y, de ser posible, graduarse de la escuela secundaria en dos años.

Hasta ahora, el nuevo arreglo parece funcionar. Cuando termina sus tareas del día, Morgan ayuda en el salón atendiendo llamadas, actualizando las cuentas de Facebook y Twitter del salón, creando tarjetas de presentación e incluso sirvió de modelo para una reciente sesión de fotos. También se está dedicando a su pasión por la música, tomando lecciones semanales de canto y piano.

Los ataques de pánico de Morgan han cesado y su madre asegura que ella disfruta de la convivencia en el salón, cuya clientela principal son mujeres mayores que se han arreglado el cabello allí por años. “Está rodeada de personas todo el día y eso le gusta”, se maravilla su madre. “Todos los días cruza la puerta alguien distinto y ella tiene la oportunidad de vivir una nueva experiencia. Denomino dicha experiencia como ‘la escuela de la vida’”.

Su madre sostiene que la terapia ha sido de ayuda para Morgan, al igual que el tratamiento para la ansiedad que recetó el terapeuta. Sin embargo, está convencida de que si Morgan volviese a la escuela secundaria, todos los problemas resurgirían. “Sería un retroceso. En aquel entonces tenía muy baja autoestima, y ahora me sorprende lo mucho que ha recuperado la seguridad en sí misma. Justo el otro día me dijo: ‘Nunca pensé que mejoraría. Nunca pensé que podría curarme’. Es la primera vez que la he visto feliz en mucho tiempo”.

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