Sabía que la palabra era Q-U-I-L-L-A, haciendo referencia al tipo de barco que Lewis y Clark utilizaron para explorar los Estados Unidos. Mi hija de quinto grado decidió que era un barco de R-O-D-I-L-L-A, argumentando que así era como se sentaban en aquella diminuta embarcación de madera.

Tierno, pero no. Era un error bastante simple, así que le dije que en cuanto corrigiera aquel detalle, su ensayo estaría listo. Ella, por su parte, me dio una respuesta igual de simple: “No”.

¿Eh?

Se lo expliqué con razones. Mi hija se comportaba (y aún lo hace) de forma terca. “Es rodilla y no lo cambiaré”.

“No es una rodi…” y entonces mi esposo intervino. “Déjala estar. ¿Por qué siempre tienes que tener la razón?”.

Había sido desafiada a un duelo. Y la pelea resultante tuvo muy poco que ver con el ensayo de historia de un niño. “¡Tu ortografía es pésima!, ¿cómo te atreves a desautorizarme?” grité en ese momento y lugar, justo frente a nuestra hija.

“¿Por qué todo tiene que ser perfecto hasta el más mínimo detalle?”, refunfuñó con intensidad en respuesta. Bueno, lo suficientemente intenso como para que yo lo escuchara.

Padres con exceso de trabajo y cosas por hacer

Me avergüenza admitirlo, pero el conflicto se agravó a tal extremo que solo una pareja que trabaje a tiempo completo tratando de llevar comida a la mesa, que lleve a uno de sus hijos a clases de baile y recoja al otro de la práctica de fútbol, que reserve un vuelo de trabajo y deba cumplir con una fecha límite, podría entender. Las tareas quedaron de lado, mientras nos enfurecíamos y discutíamos en un ciclo sin fin. Nos comportábamos de una forma más que estúpida.

Sin embargo, mi hija aprendió una lección muy valiosa. El “divide y vencerás” funciona en el campo de batalla, en las salas del congreso, y sí, incluso en su propio hogar.

Cuando los padres discuten hasta que están tan furiosos que ni siquiera pueden hablar, las situaciones suelen inclinarse “a favor” del niño, generalmente a causa de mero agotamiento. Sin embargo, las ramificaciones de dicha estrategia son poderosas y duraderas, y no auguran nada bueno si esperas criar a un hijo que actúe de forma apropiada. Para lograr esto, los padres necesitan adoptar una estrategia de “unidos venceremos”.

“Si los niños están presentes y tu cónyuge dice: ‘Préndele fuego a tu cabello’, debes limitarte a preguntar: ‘¿Dónde están las cerillas?’”, bromea Kathleen Cloonan, madre de dos hijas ya adultas, quien vive al norte del estado de Nueva York. “Deben estar en sintonía frente a ellos”, dice con toda seriedad. “Luego, cuando sus hijos no puedan escucharlos, pueden pelear todo lo que quieran, pero proyectar una imagen unida es esencial”.

Entrar en sintonía

Aunque algunos terapeutas y sociólogos podrían sugerir mejores métodos que el de reservar las peleas para después, sí concuerdan en la idea del frente unido. Sin importar si su estilo de crianza es dominante, autoritario o permisivo, ambos deben estar de acuerdo.

Debbie Pincus, una consejera profesional de Nueva York especializada en crianza, concuerda: “Los padres necesitan estar en sintonía… pero los padres que están poniéndose de acuerdo sobre dicho espíritu cooperativo suelen sentir que están en territorio desconocido”.

Sin lugar a dudas, la crianza ha cambiado a lo largo de los últimos 50 años. La estrategia de “espera a que llegue tu padre” ha evolucionado a la técnica de “espera a que ambos dialoguemos”. Sin embargo, cuando ambos padres trabajan, los horarios son demenciales y la escuela presenta sus exigencias (sin mencionar el ego parental), dicho estilo de crianza positivo suele parecer más idealista que realista.

Además, justo en medio de toda la situación, se encuentra un niño cuyo propósito principal es salirse con la suya. Así es la naturaleza humana. Sin embargo, toda la angustia, noches sin dormir, momentos de cuestionarnos a nosotros mismos e incluso la decisión propiamente dicha, no tendrán tanto efecto en nuestro hijo como lo mucho que cooperemos con nuestra pareja para manejar las situaciones en las que diferimos. Y tales situaciones siempre surgen. Después de todo, así es la vida.

En mi casa y en muchas otras donde hay niños pequeños, las tensiones y conflictos suelen acrecentarse antes de la cena, cuando la familia está furienta (furiosa a causa de lo hambrienta que está). Con un adolescente en casa, la noche apenas comienza a las 9 pm, cuando los padres están exhaustos, pero el chico está a punto de comenzar con algún loco ritual nocturno que suele mantenerlo despierto hasta pasada la medianoche.

Olvídate del horario estelar televisivo. Llegó el horario estelar de las explosiones.

Por lo tanto, naturalmente, este es el momento cuando el niño entrega la prueba reprobada que exige la firma de uno de los padres, insiste en obtener respuesta con respecto a si puede asistir a una pijamada el fin de semana o busca obtener permiso para ir a ver aquella pésima película a la que todos irán. Acéptenlo, el niño detecta la debilidad de sus padres; no somos más que sus presas. Se sirve de un padre para presionar al otro.

De pronto, el tema no gira en torno al problema, ni en lo más mínimo; el problema es tu pareja. No se trata acerca de que el niño falle en los estudios, sino de que uno de los padres es obsesivo con respecto al rendimiento académico. No se trata acerca de la cita para ir a jugar con un amigo al día siguiente, sino de que uno de los progenitores nunca recoge a los niños. No se trata acerca de que el entrenamiento sea prioridad, sino de que uno de los padres ignora sus compromisos con la familia para atender asuntos personales. No es de extrañar que el niño piense que está bien abandonar la clase de baile.

Aunque algunos aspectos importantes pueden unificar a las parejas (valores comunes, creencias compartidas, etc.), puede que no sea suficiente para enfrentar la realidad de que los pequeños detalles pueden volverse enormes en cuanto un hijo entra en escena.

Efecto sobre los hijos y el matrimonio

Sin embargo, no tiene que ser así. Al menos eso es lo que afirman los expertos.

Tras algunas sesiones coléricas similares a las del barco de quilla-rodilla, no dejaba de recordar la cita de Einstein, donde el científico afirma que la locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Algo debía cambiar en nuestro hogar. No solo estaba perdiendo el juicio, sino que mi matrimonio se estaba desmoronando y sabía que esto no era favorable para nuestros hijos.

“Los padres son impulsados por mucha ansiedad”, afirma Pincus, quien también creó la serie educativa “Calm Parent”. “Cuando los padres se sienten ansiosos, es allí cuando comienzan los problemas”.

Resultaba obvio que mi esposo y yo necesitábamos usar la energía que empleábamos justificando nuestras decisiones de crianza y, en cambio, volvernos un equipo. Comenzamos estableciendo algunas reglas básicas, desarrolladas durante una tarde en la que no estábamos envueltos en la intensidad de algún problema. Modificamos la dieta familiar (pues unos niveles bajos de azúcar no traen nada bueno). Y así, toda la familia se sentaba en la mesa y comíamos juntos (incluso cuando sentíamos ganas de apuñalarnos con los tenedores), y el asunto a tratar no se sacaba a colación hasta que terminara la cena. Cuando los niños crecieron, evolucionó una nueva regla: no se tomarían decisiones después de las 10 pm. Si necesitaban una respuesta inmediata después de dicha hora, la respuesta sería no.

Por lo tanto, mi esposo y yo maduramos. Corregimos nuestro ego y proporcionamos un frente unificado para nuestros hijos. Después de todo, es el niño quien busca orientación, no el adulto con el que te casaste. Un frente unificado establece límites, expectativas y normas, las cuales son necesarias para todos los niños.

Creando el frente unificado

Para algunos parece sencillo. La familia Deegan de Kingston, Nueva York, ha criado tres hijos con personalidades muy distintas, pero cada uno de ellos es conocido por siempre hacer lo correcto y mostrar compasión a sus semejantes. Su madre, Patty Deegan, lo atribuye a las normas que su esposo (Joe) y ella establecieron desde el primer día.

“Puede que difiramos en las cosas pequeñas (salir de noche cuando deben asistir a clases al día siguiente, comer vegetales todos los días), pero en los asuntos importantes (cumplir con los compromisos, tomarse la escuela en serio, ser amables con el prójimo) proporcionamos un frente unificado”.

Deegan explica que cuando ocurren desacuerdos, ambos se mantienen centrados en el problema y no en quién tiene la razón. En ocasiones, su decisión es la que se mantiene, en otras, la de su esposo. Sus hijos observan que acordar algo es parte de la vida y que ceder no muestra debilidad en una persona, sino respeto hacia la otra.

Para otras familias, los estilos de crianza y un frente unificado son desafíos en curso. Incluso en la actualidad, cuando nuestros hijos están en la universidad, seguimos siendo puestos a prueba. Es posible que alguno de nuestros hijos llame para pedir algo (generalmente dinero) e intenta (o eso parece) desatar el caos entre mi esposo y yo, pero ahora hacemos oídos sordos. Les decimos que tenemos otra llamada en espera y que les devolveremos la llamada enseguida. El tiempo y la distancia ofrecen perspectivas útiles y brindan tiempo para fortalecer nuestra posición.

En ocasiones, dentro de cada familia las batallas giran en torno a asuntos triviales. Y, a veces, se pone mucho en riesgo.

Una madre en el área de la bahía de San Francisco se percató de que su hijo presentaba dificultades, más sociales que académicas. Asegura haber sentido, en el fondo, que su hijo necesitaba recibir más atención de la que ella podía proporcionarle pues trabajaba a tiempo completo. Le sugirió a su esposo (quien tenía un empleo más lucrativo) que vendieran su espaciosa casa, se mudaran a algo menos costoso y que ella renunciaría a su empleo para brindarle apoyo a su hijo. Su esposo replicó: “¿Y por qué eres tú quien renunciará a su empleo?”. No se llegó a ningún acuerdo. Nunca se mudaron y ella siguió trabajando. Su hijo terminó juntándose con los chicos equivocados después de clases. Se volvió adicto a las drogas, terminando finalmente en rehabilitación y la pareja se divorció. Ella afirma creer que las cosas pudieron haber ocurrido de forma distinta si ambos hubiesen tenido los mismos objetivos de crianza.

Defender o no tu posición

Pincus señala que decidir cuándo ceder y cuándo defender tu posición son decisiones personales. Sugiere que las parejas deben aprender a respetar lo que la otra persona considera importante o lo que defiende con firmeza.

“Luego pueden hablar al respecto, pero respeten la decisión frente a los niños”, señala. Por supuesto, si surge una situación donde el niño se encuentra en peligro o en situación de riesgo, no hay tiempo de negociar. “No se cede con respecto a la seguridad”.

De igual forma, si un conflicto conyugal se torna abusivo, tanto tu hijo como tú deben alejarse de la situación. Salgan a caminar, den un paseo en auto, tan solo aléjense. Lo mismo aplica para el abuso verbal, el cual puede resultar igual de destructivo.

Pincus recomienda que las parejas deberían ponerse al tanto acerca de la infancia de la persona con la que criarán a sus hijos (o planean hacerlo), para comprender y reconocer el enfoque de su pareja. A mi esposo y a mí nos tomó un tiempo reconocer las diferencias de crianza que habíamos aportado en base a nuestra niñez. Yo fui criada por una familia irlandesa de seis niños. Gritar y discutir por ropa, el último trozo de pizza y cualquier otra cosa, eran una forma de vida. En la casa siempre había invitados, amigos y vecinos. Mi esposo solo tenía un hermano y vivía en un hogar donde la cena era servida sin demora a las 6 pm y se comía en un silencio casi absoluto. Ningún estilo es mejor que otro, pero cada uno dicta lo que aportamos a nuestros propios hijos.

“La crianza conjunta ha sido asociada reiteradamente con los resultados exhibidos por los niños”, afirma Lauren Altenburger, una estudiante de doctorado en ciencias humanas en la Universidad Estatal de Ohio, donde se realiza el New Parents Project, un esfuerzo para investigar cómo las parejas, cuando ambas partes trabajan, se ajustan a la paternidad. Cuando ambos padres están involucrados, cada uno aporta rasgos que influencian al niño.

Criando por separado

De acuerdo con Pincus, la importancia de un frente unificado se mantiene incluso si los padres están divorciados o separados. Sin embargo, tales acuerdos (en especial la custodia compartida) tienden a causar conflictos entre los padres. La hostilidad entre la pareja es tan fuerte que usan al niño para desacreditar al otro progenitor.

Una perspicaz maestra veterana del área de la bahía de San Francisco se percató de una estudiante que, algunos lunes, actuaba de forma distinta a la habitual, exhibía un mal comportamiento y lucía distraída y furiosa. Resultó que la niña, quien estaba bajo medicación, pasaba ciertos fines de semana en casa de su padre y él opinaba que su hija no necesitaba medicinas, así que la niña no las tomaba.

“No existe un método específico para criar a un niño”, afirma la maestra. “Pero debe existir uno en tu hogar”.

Al hablar de un “hogar”, no se refiere a una estructura con techo, sino a un ambiente que ofrezca confianza y seguridad para un niño. El mencionado método de criar a un bebé (y a niños de primaria y adolescentes) incluye muchas decisiones que parecen importantes en el momento (práctica de fútbol vs. lecciones de piano; perro vs. hámster; Bagel Bites vs. queso derretido), pero que, a fin de cuentas, no tienen repercusiones que afectan la vida. Incluso en aquellos momentos cuando los padres cooperan a pesar de sus diferencias (grandes o pequeñas) establecen criterios de referencia para su hijo. No solo orientan su conducta sino también sus valores, expectativas y perspectiva del mundo.

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