Le eché un vistazo al ensayo de mi hija y me quedé sin aliento. La niña que había empezado a decir oraciones largas y articuladas a los 18 meses y poesía a los cuatro (una cita de ejemplo: “El amor sabe tan dulce cuando el mundo muere”) estaba ahora, a los 10 años, trabajando diligentemente en un informe sobre The Ice Worm, un libro por capítulos que decía haber adorado.

Pero las marcas en la página eran difíciles de descifrar. No es que las faltas de ortografía y la torturada caligrafía camuflaran un don para las palabras, las ideas o incluso la lógica. No, “pasaron muchas cosas”, algunas “graciosas”, otras “locas”, pero no podía entender qué significaban esas “cosas”. Quizás lo más preocupante es que hacía tiempo que había desaparecido mi pequeña y vivaz hada de las palabras. En su lugar, había un caballo de batalla con ojos cansados que caminaba lentamente sobre los grumos de tierra textual.

Mi hija no había sido identificada como demandante o superdotada. Trabajaba duro y a veces tenía dificultades, pero por lo general reflejaba los esfuerzos del maestro con cierta precisión: si el maestro hacía hincapié en las matemáticas, ella se destacaba. Si era la época de practicar deletreo, se esforzaba y se tomaba en serio las palabras.

Entonces, ¿qué decía esta red de lenguaje incoherente sobre la enseñanza de la composición? Cuando le pregunté, mi hija me explicó que la tarea se definía principalmente por su extensión. Un resumen de una página seguido de una descripción de un párrafo del personaje principal y una recomendación de un párrafo y ¡listo! ¡Ensayo instantáneo!

¿Habló la maestra sobre elegir las palabras adecuadas? No. ¿Y de organizar las ideas o hacer un esquema? No. ¿De hacer lluvia de ideas? ¿Frases temáticas? Mamá, ¡no me estás ayudando! Solo cuando las lágrimas empapaban su almohada me di cuenta de cuánta razón tenía. No la estaba ayudando.

Y lo que era peor, no sabía cómo hacerlo.

Como muchas escuelas públicas de hoy en día, la de mi hija se centra en los resultados de los exámenes. A pesar del mayor número de estudiantes por clase, los presupuestos menguantes y una mayoría de estudiantes de inglés como lengua extranjera, los maestros habían conseguido mejorar sus resultados en lectura y matemáticas cada año. Pero los exámenes estandarizados para los grados de primaria no incluyen la composición, así que es fácil que esa asignatura se escape del radar de los datos.

¿Qué deben hacer los padres para ayudar con la escritura?

Después de revisar la literatura disponible (la mayoría de la cual está dirigida a los maestros y, si me lo permiten, está mal redactada), encontré una solución inmejorable a mi predicamento: Reason to Write (enlace en inglés) y su complemento, Reason to Write: Student Handbook (enlace en inglés), de Douglas B. Reeves. Aunque están dirigidos a estudiantes de primaria y a sus padres, los libros tienen suficiente sustancia para inspirar incluso a estudiantes de intermedia y secundaria académicamente avanzados.

No te dejes asustar por el insípido título. Reeves escribe con un gran sentido de la audiencia, así que es como tener un mano a mano con un maestro de la escritura. Mi hija incluso se tomó un descanso del apasionante Crispin de Avi para escuchar el Student Handbook de Reeves como cuento antes de dormir.

A continuación, te presento algunos consejos, adaptados de las ideas de Reeves (y probados con mi hija), para alimentar el amor de tu hijo por escribir y desarrollar sus habilidades de escritura.

Llénalos de amor (con precisión)

“¿Qué acompaña al primer paso tentativo de un bebé? El ánimo, estímulo y entusiasmo…”.

Las observaciones de Reeves sobre la diferencia entre las respuestas típicas de los padres a los primeros pasos de un bebé y a las primeras tareas de composición de un niño van al meollo del asunto. Como señala Reeves, cuando los bebés empiezan a caminar, los animamos con descarado placer, celebrando cada nuevo intento y guiándolos en cada paso del camino.

Pero cuando los niños mayores nos enseñan sus intentos de resumir Harry Potter, llenos de errores, ¿les echamos la casa por la ventana con nuestros elogios? Todo lo contrario, dice Reeves. Lo más habitual es que los padres desmenucen la redacción y se deshagan en críticas constructivas. O, si se sienten especialmente cariñosos, pueden ofrecer un cumplido general como “buen trabajo” para una composición que puede ser muchas cosas, pero no uniformemente “buena”.

En una palabra, olvidamos lo que sabíamos cuando éramos nuevos padres: que la exuberancia explosiva y las altas expectativas no son mutuamente excluyentes. Reeves recomienda abordar la escritura de los estudiantes con el mismo nivel de entusiasmo y exactitud con el que abordamos los primeros pasos de nuestro hijo. Hay que centrarse en lo bueno y elogiarlo con el mayor detalle posible. Luego, para ofrecer sugerencias de mejora, utiliza todas tus facultades mentales para evitar afirmaciones generales y dar observaciones específicas:

“¿Puedes encontrar una palabra que sea más fuerte que interesante?”.

“Este párrafo me confunde. Quizás si me dices lo que intentas explicar, podamos descubrir qué es lo que me confunde”.

“Esta oración tiene unas palabras magníficamente fuertes, pero me pregunto si debería ir después de que nos cuentas lo que pasa en la historia”.

Esto no es nada fácil. Requiere la participación de la mente paterna de una manera que la mayoría de las tareas no requieren. Pero como en las escuelas no se enseñan sistemáticamente las habilidades de escritura, el apoyo a la redacción es uno de los tipos de ayuda para las tareas más importantes que se pueden proporcionar.

Hábito de cinco minutos

Aunque lo normal es que los maestros exijan a sus estudiantes que lean X minutos cada noche, son pocos los que exigen que escriban cada noche. Por eso, muchos niños dominan la mecánica de la lectura, pero no desarrollan la capacidad de comprensión lectora.

Partiendo de la idea de que resumir es una habilidad esencial para el aprendizaje más avanzado, ya sea escribir apuntes para un examen de química o resumir una novela para una clase de literatura de secundaria, Reeves recomienda dedicar una pequeña parte del tiempo de lectura a resumir. (Esto podría aplicarse a estudiantes de 2.° grado en adelante).

En otras palabras, si tu hijo lee 30 minutos al día, pídele que lea 25 minutos y dedique los cinco minutos restantes a resumir rápidamente lo que acaba de leer. Esta práctica diaria de responder a los textos sirve para desarrollar tanto la comprensión lectora como la escritura expositiva sencilla.

Querido diario

Preséntale a tu hijo el arte secreto de tener un diario o un libro de ideas. Aunque gran parte de la escritura escolar (incluso en primaria) se centra en enseñar técnicas de composición, Reeves señala que, si un niño puede aprovechar sus poderes de imaginación y observación, entonces tendrá más sentido aprender técnicas formales de escritura.

Ni siquiera hace falta que sea un libro: Reeves cuenta una historia sobre cómo encaló una pared de su sótano y animó a su hijo a utilizarla como su “pared de ideas”. “La pared se convirtió en una visible fábrica de ideas, cubierta de historias, dibujos, listas e ideas”, recuerda Reeves.

Del laboratorio casero: Después de leer las anotaciones de mi diario sobre el acoso que sufrí en el 7.° grado, mi hija y yo hablamos de cómo los diarios pueden ayudarnos en momentos emocionales difíciles. Entonces, con un simple cuaderno, un poco de tela y pegamento, le “hicimos” un diario. Le recordé que nadie leería su libro ni, Dios no lo quiera, le corregiría la ortografía. Sus efusivos “gracias, mamá” transmitían su agradecimiento, pero yo tenía pocas esperanzas de que lo utilizara. El otro día, entré a su habitación y la vi cerrando rápidamente su libro en una página de texto microscópico.

¿Incoherente y con faltas de ortografía? Tal vez, pero al menos un diario ofrece a los niños un lugar donde pueden escribir por placer y no para los boletines de calificaciones.

La lluvia de ideas perfecta

Enseñar el arte de la lluvia de ideas es una de las cosas más fáciles de hacer para un padre y, sin embargo, también es fácil omitirla cuando te enfrentas a un plazo de entrega de tareas. Pero si exploras las técnicas de lluvia de ideas con tu hijo cuando no hay una entrega o al principio del proceso de escritura, puedes ayudarle a convertirse en un pensador mucho más seguro.

Reeves ofrece el acrónimo LEAP (salto en inglés) para armar a los padres con herramientas de lluvia de ideas sin importar cuándo tu hijo grite: “¡No sé sobre qué escribir!”.

Aquí están de forma abreviada:

  • Listas (Lists): Pídele a tu hijo que elabore una lista de cosas basándose en una categoría básica: animales que dan miedo, comidas favoritas, cosas que los adultos dicen con demasiada frecuencia. Pídele que haga una lista para plasmar sus ideas en la página.
  • Exageración (Exaggeration): Anima a tu hijo a pensar fuera de lo normal con preguntas que desafíen la lógica o la realidad. Un par de ejemplos de Reeves: ¿Cómo te trataría la gente si tuvieras ocho brazos? ¿Qué harías si pudieras leer la mente de la gente?
  • Acción (Action): ¿Qué podría ocurrir a continuación? ¿Qué pasaría si lo ralentizamos todo como en una película a cámara lenta? ¿Y si lo aceleramos todo? Cuando tu hijo esté escribiendo una historia creativa, hacerle jugar con estas preguntas puede suscitar una lista de nuevas ideas que le ayuden a superar el bloqueo momentáneo del escritor.
  • Imágenes (Pictures): Usa imágenes, fotos e incluso imágenes abstractas para motivar ideas para los futuros proyectos de escritura de tu hijo. Ofrécele una imagen como estímulo y pídele que enumere posibles ideas e interpretaciones en una página.

Escríbele a tu senador (o al fabricante de tu cereal favorito)

Como muchas de las tareas se escriben para entregar a los maestros (cuya única respuesta puede ser una calificación), es posible que los niños nunca entiendan cómo su escritura puede llevar a quienes la leen a cambiar o actuar.

Reeves recomienda a los padres que den a sus hijos la oportunidad de experimentar el poder de la pluma haciendo que escriban una carta a alguien del mundo exterior.

Una carta escrita a un adulto ya sea quejándose con un político sobre la calidad de los almuerzos escolares o solicitando que un autor favorito escriba una secuela de un libro muy querido, puede causar una poderosa impresión sobre las razones más profundas de la escritura. Si el niño recibe una respuesta, la lección es mucho más poderosa.