Cuando Cindy Morris tenía 3 años, su pediatra le recetó un medicamento contra las convulsiones. Uno de los efectos secundarios de dicho medicamento (el cual fue suministrado a la pequeña durante seis meses) fue un incremento del apetito, lo cual provocó que el peso de Cindy sufriera un excesivo aumento de 30 libras; un incremento de masa muscular que resulta potencialmente peligroso para un niño de preescolar.

“No lograba saciar su apetito, así que me limitaba a seguir dándole comida”, relata su madre Melissa Baldan-Carpenter, quien para entonces era una madre soltera radicada en Carolina del Norte. “Y no siempre eran las mejores elecciones (cosas como hot dogs y papas fritas), cualquier cosa que hubiese en casa. Mi hija siempre estaba hambrienta”.

Baldan-Carpenter le comunicó al pediatra su preocupación con respecto a la cintura de su hija, la cual no dejaba de aumentar, y él le aseguró que la situación se corregiría por sí sola en cuanto Cindy dejara de tomar el medicamento. Le advirtió que no limitara el consumo de alimentos, una práctica que puede resultar contraproducente y generar un consumo de alimentos incluso más excesivo.

Baldan-Carpenter siguió el consejo del médico y decidió esperar, asegurándole a su hija que adelgazaría a medida que creciera. Sin embargo, aquello nunca ocurrió. Cindy continuó padeciendo sobrepeso durante la primaria.

La historia avanza con rapidez hasta febrero del presente año, cuando la niña de 11 años, 142 libras, 5 pies y 4 pulgadas (cuya familia ahora vive en San Diego), salió a comprar un vestido para la boda de su madre. Cindy era demasiado grande para los vestidos de la sección infantil, pero no tenía el busto necesario para que algún vestido de la sección juvenil se adaptara a su cuerpo. Regresó a casa llena de tristeza y decepción.

Tras ir de compras en aquella ocasión, Baldan-Carpenter, quien hace poco había comenzado a instruirse con respecto a la alimentación sana, decidió sentarse frente a la computadora e ingresar las medidas de su hija en una calculadora del índice de masa corporal (IMC).

Se sintió impactada al descubrir que, técnicamente, Cindy era obesa. (Ten en cuenta que los números del IMC son interpretados de forma distinta para niños y adultos. Entérate más acerca del IMC de tu hijo y lo que significan esos números). Baldan-Carpenter juró proporcionar a su hija la ayuda que necesitaba. “Resultó doloroso percatarse de lo mucho que habían empeorado las cosas”, afirma. “Sabía que tenía que hacer todo lo posible para ayudarla a alcanzar un peso saludable”.

Las alarmantes estadísticas de obesidad infantil

En todo el país, los niños estadounidenses engordan cada vez más. En 1976, tan solo el seis por ciento de los niños eran considerados obesos. Para el año 2018, dicha cifra se había disparado hasta un 18,5 por ciento. Con respecto a los niños latinos, el índice es incluso mayor: 25,8 por ciento. Durante las últimas tres décadas, las afecciones relacionadas a la obesidad, tales como hipertensión, colesterol elevado y diabetes tipo 2 (enfermedades que solían ser consideradas exclusivas de los adultos) también han alcanzado índices alarmantes entre los niños. Un estudio ha revelado que la diabetes tipo 2 en particular está aumentando entre los adolescentes. Los investigadores analizaron los datos obtenidos de adolescentes cuyas edades estaban comprendidas entre los 12 y 19 años, y descubrieron que, entre los adolescentes encuestados, el número de casos de diabetes o prediabetes había aumentado de un 9 por ciento en el año 1999 a un 23 por ciento en el 2008. La mencionada afección crónica puede generar enfermedades graves, incluyendo problemas cardíacos, derrame cerebral, ceguera y daño neurológico.

Diversos estudios demuestran que la mayoría de los niños con sobrepeso se mantienen así hasta la adultez. Lo que es peor aún, si un niño sufre de sobrepeso antes de los 8 años, tiene mayor tendencia a sufrir de obesidad durante la adultez. Algunos expertos en obesidad afirman que esta podría ser la primera generación de niños con menor esperanza de vida que sus padres, a causa de enfermedades relacionadas con la obesidad. Los ingresos y el origen étnico son otro factor a tener en cuenta: uno de cada siete niños de preescolar, provenientes de familias de bajos recursos, sufre de obesidad. En cuanto a los niños de edades comprendidas entre los 2 y 19 años, los niños hispanos y afroamericanos son considerablemente más propensos a padecer de obesidad, en comparación a los niños blancos.

La verdadera causa de la obesidad infantil

¿Qué está causando la epidemia de obesidad? En cierto modo, la respuesta parece obvia, pues la mayoría de las personas cree que el sobrepeso es el resultado de comer en exceso y ejercitarse poco. Sin embargo, a decir verdad, la obesidad es un problema complicado, con un sinnúmero de causas posibles (algunas de ellas ni siquiera las entendemos del todo).

En el pasado, controlar el peso se consideraba cuestión de limitar el consumo de calorías, sin embargo, en la actualidad, distintos expertos sostienen que consumir azúcar y granos refinados en exceso resulta más dañino que consumir demasiadas calorías.

Otros desafíos asociados con mantener el peso saludable de tu hijo son numerosos y complejos. En lo alto de la lista se encuentra la comida de la cafetería escolar (enlace en inglés), la cual suele tener poco valor nutricional, junto a un alto contenido de azúcar y carbohidratos vacíos. Contar con poca o nula educación física y recreo en la escuela, también contribuye a tal situación, al igual que la escasez de lugares seguros para jugar que se encuentren cercanos a la casa del niño. Agrega otros factores a la mencionada lista condenatoria, como el incremento de actividades sedentarias como pasar tiempo frente a una pantalla; una lluvia implacable de anuncios y publicidad de empresas alimentarias que promueven el consumo de productos altos en grasa, azúcar y sal; y una cultura que suele recompensar a los niños mediante fiestas con pizza, consumo de dulces y paseos a establecimientos de comida rápida. Además, algunos niños poco afortunados poseen genes para la obesidad: genes que los hacen más propensos a padecer dicha condición.

Tu hijo y la obesidad: cómo identificar si existe un problema

Un niño es considerado obeso si su índice de masa corporal (IMC) se encuentra en el percentil 95 correspondiente a su estatura y edad. Un niño con un IMC que se encuentra entre el percentil 85 y 95 podría considerarse con sobrepeso. Si quieres saber cuál es el IMC de tu hijo, visita a tu pediatra, quien ingresará el IMC de tu hijo en una gráfica de crecimiento ordenada por edad para obtener una clasificación percentil. Dicha herramienta de análisis puede usarse en niños a partir de los 2 años. Si existen motivos para preocuparse, puede que el doctor de tu hijo recomiende evaluar la dieta, actividades físicas, antecedentes familiares, cualquier problema médico o de salud subyacente y realizar una medición del grosor de los pliegues cutáneos.

Se recomienda actuar con prudencia si te preocupa que tu hijo tenga demasiado sobrepeso. Tal como confirmaría cualquier buen pediatra, los niños crecen a distinto ritmo y velocidad. Algunos niños conservan la denominada “grasa infantil” por más tiempo que otros, y algunos preadolescentes engordan un poco a mediados del período que antecede a la pubertad, donde podrían tener un estirón y volverse palillos larguiruchos. Por tales razones, resulta importante que durante el chequeo médico, el doctor explique el aumento de peso en relación al crecimiento de tu hijo.

Cómo abordar las “cuestiones de peso” con tu hijo

Si el médico confirma que tu hijo realmente tiene un problema de sobrepeso, es importante que abordes el tema. Un reciente estudio determinó que a los padres les resulta más intimidante hablar con sus hijos respecto al sobrepeso, que de otros temas complicados (incluyendo el sexo). Sin embargo, no manejar un posible problema puede conducir a una vida de hábitos alimenticios poco saludables, dietas con efecto yo-yo y a una imagen corporal negativa, además de enfermedades graves relacionadas a la obesidad.

Los expertos aseguran que la manera en que abordas el tema es importante. Concéntrate en proponer alternativas saludables en términos de alimentación y actividad física, aconseja Dana Gerstein, especialista veterana de la Universidad de California, en el Nutrition Policy Institute de Berkeley. Gerstein recomienda a todos los padres presentar el tema de los hábitos saludables antes de que el aumento de peso se convierta en un problema. Y evitar las etiquetas. “Incentivamos a los padres a concentrarse en hablar acerca de lo que resulta positivo para la salud y el cuerpo de sus hijos, evitando usar terminología como ‘sobrepeso’ u ‘obesidad’, la cual podría incorporar vergüenza a la ecuación”, afirma.

Si te preocupa el peso de tu hijo, necesitas ser honesto con él, pero también necesitas ser delicado con respecto a la manera de abordar el tema, agrega Karen McGrail, directora del John C. Stalker Institute of Food and Nutrition de la Universidad Estatal de Framingham, en Massachusetts. Resulta fundamental evitar que el niño se sienta avergonzado con respecto a su peso, lo cual podría desencadenar un desorden alimenticio o contribuir a la creación de una imagen corporal negativa.

Si tu hijo se adelanta a hablar del tema, podría ser un indicio de que está siendo víctima de burlas relacionadas a su peso y deberías determinar con exactitud qué está causando dicha preocupación, aconseja Gerstein. Hoy en día, la mayoría de las escuelas manejan políticas en contra del acoso, y tanto el maestro de tu hijo como el administrador de la escuela deberían ser informados si tu hijo está siendo el blanco de burlas o acoso. Como padre, tu rol consiste en proporcionar apoyo emocional con el propósito de que tu hijo se atreva a comunicar lo que le sucede, al igual que cualquier sentimiento adjunto de vergüenza, humillación o miedo.

Mantén una actitud positiva y enfócate en hábitos saludables

Aunque el lenguaje a usar con un niño pequeño es menos complejo en comparación al que usarías con un adolescente, la premisa principal es la misma: concéntrate en incentivar hábitos saludables que perduren toda la vida, explica Gerstein. Si se trata de un niño mayor (cursando los últimos años de primaria en adelante), involúcralo al preguntarle acerca de sus metas en términos de peso y salud, añade McGrail.

Las tácticas de crianza sobreprotectora (regañar, sobornar, avergonzar, negociar) deben ser evitadas a toda costa, pues suelen empeorar el problema. Del mismo modo, no es buena idea someter a tu hijo a una dieta restrictiva, a excepción de que sea indicado por un médico (si, por ejemplo, tu hijo sufre de problemas graves de hipertensión o niveles altos de glucosa) y solo bajo la supervisión de un profesional de la salud. En lugar de esto, deberías concentrarte en una dieta saludable y balanceada que incluya muchas frutas y vegetales, al igual que proteína magra y granos enteros. Piensa en rebanadas de manzana en lugar de papitas fritas y en leche o agua en lugar de refrescos o sodas.

Si tu hijo tiene problemas de sobrepeso, ¿está bien llevarlo a paseos ocasionales a la heladería? Sí, afirma Gerstein, pero no conserves dulces en casa que resulten tentadores, ni los ofrezcas de forma regular.

Cómo evitar el más grande error parental

¿Cuál es el más grande error cometido por los padres al enfrentarse con problemas de sobrepeso infantil? Intentar cambiar todo a la vez, afirma McGrail. “Recomendamos a las familias que se concentren en tres cosas que les gustaría mejorar, lo cual resulta más realista que intentar cambiarlo todo”, señala. Sus principales elecciones: desayunar (en lugar de saltárselo), eliminar las bebidas endulzadas, agregar un poco o más vegetales a la dieta del niño, llevar control del tamaño de las porciones servidas, reducir los bocadillos y limitarse a servir bocadillos saludables.

Los padres no tienen que hacerlo todo por sí solos. Baldan-Carpenter y su hija asistieron a un programa de seis semanas patrocinado por Kaiser Permanente denominado KP KIDS (Kids in Dynamic Shape), diseñado para ayudar a las familias a aprender cómo alimentarse de forma saludable, realizar más actividades físicas y perder peso. En un margen de ocho semanas, Cindy perdió 18 libras. Hoy en día pesa 118 libras, un peso saludable para su edad y estatura.

“Se siente mucho mejor. No está cansada, puede dormir, tiene más energía, está haciendo más amigos, ha aumentado su autoestima e incluso está exhibiendo un mejor rendimiento académico”, afirma su aliviada madre, quien prepara el almuerzo de su hija tanto para la escuela como para el campamento, asegurándose de que Cindy realice elecciones alimenticias saludables durante todo el día. “Aprendí por las malas que no puedes limitarte a ignorar los problemas de sobrepeso en tu hijo”, afirma. “Es una enfermedad (al igual que la gripe o el cáncer) y necesitas tratarla para impedir que perjudique el cuerpo de tu hijo y proteger su salud”.

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